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Manuel Parra 'Jacobo': "Nadie con anterioridad había estado pintando en las calles de las principales ciudades europeas"

Cieza.es | 11 de septiembre de 2020 a las 12:02

Respetado como paisajista y admirado como impresionista con un toque de primitivismo, este pintor en gran parte autodidacto dio un rumbo independiente a su trayectoria artística, que ya acumula cincuenta y ocho años y abarca múltiples estados de ánimo, desde el sosiego hasta el arrebato. Es la esencia de un artista sencillo que, a través de pruebas y errores, persiste en una dilatada carrera en la que se ha mantenido fiel a su trayectoria, a pesar de haber sido eclipsado por otros pintores más modernos de su época. "Al verlo sentado en un banco del Paseo con una muleta en la mano, nadie adivinaría que es pintor", dice un amigo, quien cree que Jacobo (nombre artístico en recuerdo de su madre) parece más bien un jubilado solitario, dotado de un seco sentido del humor típicamente ciezano y un interés por las personas, lo que se trasluce en sus mejores obras.

"¿Por qué sigue pintando?", pregunta el que firma esta entrevista, con el bolígrafo en suspenso sobre una libreta de notas. Estoy en una primera planta sobre la calle Esparteros, donde vive y tiene su estudio Manuel Parra 'Jacobo' (Cieza, 1939), quien se dispone a iniciarme en el proceso de creación de una colección de obras abstractas realizada durante el confinamiento. "Porque me hace sentir bien", responde, mirando de soslayo los apuntes. En las paredes de su salón están colgados recuerdos de toda una vida, fotos en las que aparece junto a su inseparable Amparo, cuadros de Párraga y Muñoz Barberán. Y por todas partes, óleos suyos. Sentado delante de ella, iluminado como una pieza de museo por la luz que entra por la ventana, me di cuenta de que esta era la primera vez que íba a conocer a uno de los artistas más queridos de Cieza.

Artífice de su propia felicidad, Parra recupera ese bienestar crepuscular que le devuelve a la infancia cada vez que se enfrenta al lienzo en blanco. Ya lo dijo su íntimo e ilustre amigo Fernando Martín Iniesta (Cieza, 1929-2005) en la reseña que escribió para el proyecto la Universidad de Murcia denominado ¿Qué pinta Cieza?: "Si los hombres felices no tienen historia, acaso el 'arte feliz' no haya tenido justos y objetivos cronistas, siendo maltratado en el tiempo por los histriones de la pedantería. Jacobo hace un arte feliz, y lo expone, una vez más, con la pureza ingenua de quien emplea en su trabajo materiales del corazón, ignorando, acaso, que el gran drama del hombre de nuestros días es no tener conciencia del propio drama. Demos y exijamos respeto para esta manera de mirar el mundo, a través de la pintura".

La pasión por el arte prendió en él como con sólo trece o catorce años e inflamó artísticamente durante su paso por la célebre academia de dibujo y pintura del maestro Juan Solano. Mientras otros pintaban en sus estudios, él lo hacía al aire libre mucho antes de que esto se convirtiera en una práctica corriente. En una primera etapa (1962-1965) comenzó a exponer tanto de forma colectiva como individual. Al cabo de los años tuvo la oportunidad de exhibir su pintura en la Casa de España en Paris. Pero para entonces el joven pintor ciezano ya era conocido y sus obras se vendían. Si de Parra dependiera, se detendría, de modo sencillo, en estos hitos de su trayectoria artística: "Debo recordar que expuse en la capital francesa en 1966 y tres años después hice lo propio en Ibiza, donde permanecí una temporada".

"Cuando era joven, soñaba con pintar en el extranjero y vivir de la venta de mis cuadros. Estaba convencido de que era una experiencia única", dice. Y lo fue, porque es algo que un artista necesita conocer. "Llegué a París con mis cuadros y allí tuve que dormir en la calle. Estuve pintando a la orilla del Sena o en lugares tan bohemios como Montmartre y Notre Dame. Era habitual que turistas americanos y japoneses se acercaran a ver cómo trabajaba y compraban allí parte de la obra que exponía y que a la vez ejecutaba. Después me trasladé un tiempo a Italia donde también vendí algunos cuadros. Mi periplo por Europa terminó en Alemania y Suiza", evoca con una sonrisa. "¡Magnifica experiencia!, exclama con entusiasmo, mientras describe un círculo con el dedo para mostrar fotos y recortes de prensa en un álbum.

El registro temático de Jacobo abarca todo un mundo de sensaciones y los ciezanos se entusiasman. Señalan, sonríen y meten la nariz en los cuadros. Observan paisajes muy familiares como el verde traslúcido del río Segura, la cálida luz del sol sobre los muros del castillo de la Atalaya o el resplandor dorado de un atardecer sobre la huerta tradicional. Todos estos temas aparecen en al obra de este octogenario pintor, que se hace más audaz a medida que adquiere mayor experiencia. En su trayectoria no hallamos ni las idealizaciones del paisaje local ni los estereotipos de la pintura de género practicados por sus contemporáneos. Le gusta penetrar en la realidad esencial de un tema, aunque eso suponga una espera de horas para conseguir la luz adecuada. Sus trabajos vibran de vida y sensibilidad.

Su trabajo no es de un simple impresionista que se limita a construir su arte a partir de aquello que recibe directamente de su alrededor. Por el contrario, su proceso de revisión de la apariencia de sus imágenes para revisar también su significado, nos habla de un artista que manipula conscientemente sus temas para lograr una mayor profundidad. El valor y la novedad de su pintura residen en que nos descubre un impresionismo con un toque de primitivismo, que privilegia las formas ingenuas y primitivas del arte. Sus caminos personales han confluido repetidas veces en salas de exposiciones de su ciudad natal. Unos lugares ya desaparecidos que para él son sinónimos de historia de la cultura de Cieza: el antiguo casino, la sala municipal de exposiciones y la Caja de Ahorros Provincial.